Peras Al Olmo

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Imagina que vas caminado por la calle y te topas con uno de tus mejores amigos. Necesitas dinero. Él te saluda amablemente y le dices que estás en una urgencia, necesitas dos mil pesos en efectivo en ese instante. Le preguntas si te los puede dar. Tu amigo se queda pasmado. Calcula que no junta ni 200. ¿Cómo te va a poder dar dos mil? Revisa cuidadosamente sus bolsillos y cartera y la cosa se pone peor: apenas tiene 150. Con gusto te los ofrece y te dice que es todo lo que te puede dar. Tú insistes: “Si me quisieras, me los darías; no puedo creer que seas así conmigo”. ¡Ups! ¿Qué hacer? La verdad es que a tu amigo le gustaría poder darte el dinero que necesitas, pero el problema no es que en ese momento sólo tiene 150 pesos. “No tengo más”, te dice apesadumbrado. “Si me esperas, voy a tratar de conseguirte algo más”. “No”, le contestas en tono agrio. “Yo los quiero en este momento; es ahora o no me sirve”. “Bueno, pero ¡qué necedad!”, piensa. “¿De dónde voy a sacar dos mil pesos cuando sólo tengo 150? No puedo darle más que lo que tengo en este momento”. Claro.
Mi amiga Liliana me dio el ejemplo anterior, y lo remató con el clásico: “Nadie puede dar lo que no tiene, así que no le pidas peras al olmo”, queriendo ilustrar el trato que otros tienen para con nosotros. ¡Qué obvio y a la vez qué difícil de entender! La verdad es que nos pasamos la vida pidiendo peras a los olmos. Si una persona está claramente malhumorada, ¿qué más puede darnos en ese momento fuera de su mal humor? Así como no puedes dar el dinero que no tienes, explicaba Liliana, en nuestro trato a los demás tampoco podemos dar lo que no tenemos. Así que si una persona no se ama a sí misma, difícilmente podrá amar a alguien más; si una persona está triste, no te puede dar más que tristeza. Por eso, cuando recibes algún altrato o insulto, en realidad las personas sólo te están dando eso de lo que están llenas, que es lo único que tienen para dar. Así que cuando alguien nos contesta de mal humor es como si le estuviéramos pidiendo dos mil pesos de alegría pero sólo tiene 150 pesos de mal humor y es lo que nos da en ese momento.
“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, dice el refrán. Y la verdad hay momentos en que somos viles topos porque nos rehusamos a ver cómo son las personas y qué nos pueden dar. Como Míster Magú, a veces les pedimos a quienes nos rodean un trato que está más allá de lo que pueden dar. Para colmo, nos enojamos cuando no lo hacen. Les pedimos que sean cariñosos o detallistas a quienes nunca lo han sido, ahorradores a los gastalones, generosos a los codos, juiciosos a los reventados, o fieles a quienes han sido conocidos Don Juanes toda su vida.
Lo paradójico del asunto es que sí podemos de alguna manera “ver” cómo son, pero aún así preferimos hacernos los ciegos e insistimos en que sean de otra manera. Susana empezó a salir con un tipo que era a todas luces un solterón empedernido (algo que todos sabían a fondo, incluyendo a Susana). Iban y venían, se la pasaban en el cine, cenando, pero de compromiso, ni hablar. Susana se negó a ver la realidad —algo que a menudo nos pasa a todos, ¿no?— y se empeñó en creer que con ella todo sería diferente. Por supuesto que aquello nunca sucedió. El solterón jamás le pidió matrimonio, y Susana se quejó amargamente a los cuatro vientos del comportamiento del galán. Claramente no vio que era un olmo muy feliz como olmo, y en vez de buscarse un peral, se aferró a él.
Cuando lo vemos desde este punto de vista, resultamos injustos en nuestro trato con los demás. Si ya sabemos que tenemos una amiga a la que le choca salir, ni para qué le pedimos que nos acompañe al antro. Ah no, pero bien que le insistimos y le armamos panchos de sentimiento cuando se niega a venir con nosotros. Esta ceguera no es nada más para nuestros familiares, jefes, parejas o amigos. No. También nos volvemos ciegos con los políticos y gobernantes. Si ya sabemos que son olmos (en este caso, corruptos, desobligados, prepotentes, o como sean), no les pidamos peras (que sean honestos, trabajen, sean tolerantes y humildes) y menos les creamos cuando nos dicen que ahora son perales.
Cuando aprendemos a ver la gente como es y no como nos gustaría que fuesen, y los aceptamos así, es como si dejáramos de pedirle peras al olmo y ya no hay pleito con la realidad. Entonces, podríamos contar la historia anterior de la siguiente manera: Imagina que te topas con un amigo en la calle y te dice: “Necesito lana, ¿cuánto me puedes prestar?”. O si sabemos que nuestro amigo no tiene mucha lana, en vez de pedir tanto sencillamente hubiéramos dicho: “Oye, ¿tienes 100 pesos que me prestes? Me urgen”. “Por supuesto”, hubiera sido la respuesta. “Tengo 150, ¿no necesitas más?
Les comento que estoy estrenando blog en www.milenio.com para que le echen un ojo y dejen sus comentarios.

http://www.milenio.com/mexico/milenio/firma.asp?id=443524 Página 3 de 3

Comentarios

Oscar Barragán dijo…
¡¡Mojkä!!
He leído esta entrada y en verdad deja muy claro que somos seres harto egoístas. Los olmos y los perales abundan en esta tierra y de una u otra forma podemos sobrevivir juntos, sin embargo no sin pesadumbres y desabrimientos. Desgraciadamente, pienso yo, vivimos en una sociedad y tiempo que no deja escapatoria. La inseguridad e inestabilidad, merman las mentes del mexicano, arrinconándonos a esas actitudes. En verdad es menester ver más allá de lo que nuestros ojos perciben, pero el problema es ¿cómo podemos hacerlo? La gente sólo busca qué puede obtener de los demás, y te llama amigo mientras proporciones algo, y en el momento en el que uno pide, el amigo cae al abismo del olvido. La vida es difícil de por sí, y con ésto, se vuelve día a día un imposible...
Muchas gracias por tu comentario, espero que visites tlalpiloya de nuevo, Tsoki Thopu (adiós en otomí).

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