Exigiendo la propina…

Exigiendo la propina…

El sábado pasado comí con algunas de mis amigas. Cuando llegó la cuenta, Alexis sacó su calculadora, la revisó, la dividió entre las cuatro que éramos, nos preguntó si nos parecía bien dejar como propina el 15 por ciento, y luego le explicó al mesero cuánto debía cargar a cada tarjeta y cuánto en efectivo.

La neta, con lo organizada que es Alexis, es raro que tengamos problemas. Pero esta vez los tuvimos; el mesero, Javier, se tardó horrores en traernos cuentas del asunto. Cuando al fin llegó, nos dijo que había habido un error al cargar la cuenta a una tarjeta y que había que pagar el remanente en efectivo. O sea que teníamos que pagar por su ineptitud.

Y además de inepto, burro. No conforme con la espera y la estupidez, todavía se dio el lujo de comentarnos con un retintín que quiso ser irónico: “Y sólo me dejan 50 pesos de propina”. “¿Cómo?”, preguntó Alexis extrañada: “Le dejamos 15 por ciento”. “Puede usted checarlo”, siguió con su tonito el tal Javier, pasándonos una calculadora. Por supuesto que al revisar, todo estaba en perfecto orden y en efecto le habíamos dejado 15 por ciento.

Pedimos hablar con el gerente, y Alexis le puso las cosas en claro: sin alterarse pero con los calzones bien firmes, le recordó que la propina es opcional y voluntaria y que reclamársela a la clientela no está bien. El gerente ofreció sus disculpas y una copa de la casa que, por supuesto, no aceptamos.

“El reclamo no va por ahí”, le dijo Alexis. “Esto no es un trato adecuado para nadie, y menos para cuatro mujeres. Además, no está a la altura de su restaurante. A ver: ¿usted cree que el mesero hubiese dicho lo mismo si fuésemos hombres?”. El gerente se quedó callado, lo pensó unos momentos y respondió que no. “Pues por eso se lo digo”, le dijo Alexis. Bye.

Pero la verdad es que el problema de la propina va más allá del género y del monto. En México la propina no es obligatoria, y si quieren cargarla en la cuenta —cosa que muchos hacen— tienen que avisar con antelación. Ya saben, lo más común es dejar entre diez y 15 por ciento, según te hayan servido, pero creo que muchos dejan 15, aunque el servicio sea malo, para evitar que los demás comensales piensen que hay tacañería o que no hay lana.

Honestamente, mientras no haya obligación de darla, la propina es como el respeto: no es algo que se exige en automático; es algo que se debe ganar a pulso. Debería ser el reflejo de la satisfacción del cliente y no de las expectativas de quien sirve; uno da lo que considera justo o lo que puede. Exigir algo voluntario es una contradicción de términos. Pero nunca falta el amargoso que te reclama por considerar que dejaste poco. Con estas actitudes, menos ganas te quedan de ser generoso y más bien te preguntas, cual Hamletcillo urbano, “¿dejar o no dejar? Ésa es la cuestión”. Porque además resulta que no sólo esperan propina los meseros: quieren su gratificación de a chaleco el que te embolsa el mandado en el súper, el de la gasolinera, el viene viene del estacionamiento, el que te quita la cubeta de “su calle” para que te puedas estacionar, el que te bolea los zapatos, el del valet parking, el botones, y un largo etcétera. Todos esperan propina y muchos la reclaman; si no cumples su expectativa, te matan con la mirada.

Si sumáramos lo que gastamos cada mes en propinas, apuesto a que nos quedaríamos sorprendidos. Y pese a ello siempre habrá reclamos. ¿Por qué? Porque el sistema está diseñado para eso: en muchos de estos negocios donde el que te da el servicio te extiende la mano, es porque los contratan con un sueldo miserable bajo el argumento de que reciben propinas. O sea que en vez de darles un incentivo para que mejoren su trabajo, acabamos pagando la parte de su sueldo que el patrón no quiso pagar. Por eso se sienten con derecho a exigir, a diferencia de los profesionistas, para cuyos servicios rarísimas veces vemos asociado el concepto de una propina o gratificación.

La leyenda dice que la palabra propina, “tip” en inglés, está formada de las iniciales que significan “To insure promptness”, para garantizar la rapidez. Seguramente es un mito urbano, como lo es también la definición: “Agasajo que sobre el precio convenido y como muestra de satisfacción se da por algún servicio”. Como dijera Cantinflas, ahí está el detalle: muestra de satisfacción. No más. A mí me parece que en todas partes, pero en especial en los restaurantes, debemos especificar explícitamente el porqué de nuestra propinia: si no quedamos conformes, lo decimos, y si el servicio es muy bueno, lo aplaudimos.

Termino esta columna con una nota de decepción. Mientras indagaba sobre el término “propina”, me encontré en la Wikipedia una triste realidad: entre las muchas acepciones de la palabra, parece que entre funcionarios y policías se disfrazan como propina conductas que implican soborno y corrupción. La Wikipedia pone explícitamente el caso de México, donde los policías piden “para sus refrescos”.

¡Esto es vergüenza, y no el Apocalypto de Mel Gibson! Me dolió ver nuestra realidad documentada en la Wikipedia no sé si científicamente, pero sí de una manera que nos refleja. Creo, como muchos, que es hora de que aceptemos que la única forma de acabar con la corrupción es dejando de ser parte de ella, y que tan corrupto es el que soborna como el sobornado; no hay excusas ni pretextos. La propina es opcional; la mordida, no. Nunca. No hay pretextos, circunstancias atenuantes o peros: mordida es igual a corrupción, y punto.

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